En el artículo anterior nos planteábamos para qué sirve un arquitecto. Una de las funciones casi siempre olvidadas es la de aportar valor patrimonial al proyecto. Cuando una obra alcanza un buen nivel arquitectónico, ésta es valorada, catalogada y protegida, pasando a ser también un bien común: Es el valor del patrimonio arquitectónico, un valor que debe ser defendido porque se convierte en memoria histórica, porque aumenta el valor cultural de un sitio, porque es motor turístico,…
La obra pública debería aspirar siempre a alcanzar unos buenos niveles patrimoniales, en particular porque ya es en sí misma un bien común. Y no se confundan, este valor puede conseguirse también con intervenciones muy austeras, el valor es también de concepto, de las ideas.
Pasamos a la práctica. Hablamos del puente de Porto Cristo.
¿Tiene algún valor patrimonial?… Definitivamente, NO. Si su diseño tuviera un mínimo de valor hoy no discutiríamos si debe derribarse. La infraestructura no tiene cabida física en el sitio, ambos extremos se encuentran forzados. Tiene una imagen nefasta sólo pensada para soportar el tráfico. El puerto necesita que la primera línea sea del usuario, del peón, del turista,…
En definitiva, no valorar el magnífico espacio topográfico del puerto nos hizo actuar inconscientemente, sólo pensando que más movilidad por autocares y coches en el centro quería decir más venta.
En contraposición, miramos el ejemplo del puerto de Alcúdia, un puerto natural muy “inferior” en Porto Cristo que se decidió peonizar, donde incluso se han construido “puentes” de peones para tener mejores vistas del puerto. Pedimos a los comerciantes de Alcúdia su opinión ahora.